Él va a prender su cigarrillo.
Sabe que no ha cargado el encendedor en el bolsillo de su saco porque se ha
propuesto dejar de fumar. De hecho hay un cartelito hecho a mano en su heladera
que se lo recuerda todas las mañanas. Esta cerca de la foto de su novia, que
también le recuerda cosas.
Él sabe que en ese café tampoco
va a fumar y busca con la mirada algún cómplice que le proporcione fuego pero se
reprime. Igual juega con su cigarrillo. Alrededor de su mesa la gente parece pesada, realmente
pesada. Esa pesadez que pareciera ser arrastrada por toda la galaxia, como un
agujero negro que se está tragando todo alrededor. Por un segundo se aferra a
la silla, aprieta sus manos en las patas de madera. No vaya a ser que también
sea tragado.
Siempre elije la misma ventana o
por lo menos desde hace un tiempo. Siempre proyecta su espacio personal hacia
afuera que también parece tragarlo todo. Es la ciudad la que en esa esquina en
particular se vuelve agujero negro. Si tuviera que googlearla sería algo así
como Av. Santa Fe y Scalabrini Ortiz. Con el bolso a su lado espera el avión
pero el avión pasa por arriba nomás, no por la puerta del local. Una, dos y
tres llamadas pérdidas se archivan en su celular. Y está bien… porque no es
cuestión de atender siempre a quienes lo solicitan. Vuelve mentalmente a su
heladera y al papelito con la nota mientras juega con el cigarrillo en la mano.
Sabe que ha dejado algunas verduras que se echarán a perder en su ausencia y
que después tendrá que limpiar aunque el olor le produzca arcadas. Gira y se
encamina hacia el pasillo. Mientras recorre el departamento en su mente para
poder saber si todo quedó en orden, entra a la habitación estudio que ha improvisado. Se da cuenta que
desde hace un tiempo parece haber olvidado pero que cada tanto su novia ordena
y limpia sistemáticamente. No le agrada mucho que le toquen ese espacio, pero
no dice nada. En su cabeza va registrando los
libros, los papeles, algunos retratos familiares, algunas planillas de
la oficina, e incluso el cortapapeles que compró cuando era pibe en una
santería camino a la Iglesia de San Cayetano. Es como una espadita de bronce
que siempre le llamó la atención pero que nunca usó. Uno casi nunca corta
papeles con eso. Lo hace a mano, improvisa la línea por donde quiere cortar y
lo hace. Hay un par de revistas que a su regreso piensa tirar, ya no tiene
sentido seguir archivándolas, han caducado en cuanto a información y a los
fines de su trabajo no le suma demasiado.
Los cds que están en la repisa son de películas bajadas de internet,
tiene algunas rarezas que ve cada tanto tratando de entenderlas porque sólo
consiguió los subtítulos en inglés. Hace el recuento de alguna de las pelis
iraníes y entiende que no siempre se puede entender a todos en todos los
lugares.
Tiene la sensación de que dejó la
lamparita del escritorio prendida. Ruega que no vaya a hacer un chispazo o algo
así y más allá del gasto que pueda significar se molesta por el impacto que en
el medio ambiente pueda provocar. Las boletas están todas pagas y las ha
ordenado como hacía mucho quería. En ese lugar, en esa habitación, se arrincona
un sillón naranja que no es cualquier sillón. Es en el que él saltaba de
pequeño y que su abuela le regaló ya de grande. Ya no salta sobre él, solo se
tira a leer. No tiene ninguna obra de arte - o algo así - colgada en su estudio, a pesar de que más de
uno de sus amigos le sugirió que decorara esa habitación. No entiende el arte y
no sabe para qué sirve. Sus amigos artistas tampoco saben para que sirve. En su
escritorio se amontona un sin fin de pequeñeces o boludeces como le gusta decir
que no quiere tirar. Un frasquito con tierras de colores traídas del norte. Un
videojuego de mano de los 80 que le regaló su papá y por el cual siempre se
peleaba con sus hermanos. Un lápiz de carpintero gastado, muy gastado, que le
regaló un amigo y que nunca usó, lo sacralizó automáticamente. Una cajita con cuatro
fósforos usados y que aun no sabe qué hacer con ellos. Un pack edición especial
de monedas de plata y niquel del Mundial 78 que también le regalaron. Pero él
no colecciona monedas. Un cenicero que parece de hueso o marfil que alguien le
trajo de México con una inscripción turística que no recuerda y en relieve una
de las pirámides mayas o aztecas. Nunca pudo diferenciar una cultura de otra
aunque se ha prometido que en sus próximas vacaciones va a ir y conocer esos
lugares exóticos. Revisa cajones tratando de mantener en la memoria lo que hay
en cada uno de ellos. Es un ejercicio inútil, muy inútil, pero que le hace
pasar el tiempo en ese café mientras espera. Ya saca cartas, saca boletas
viejas, sabe que busca algo en ese cajón pero no sabe bien qué. Saca un folio
con anotaciones, un mechón de pelos, una media de bebe y una agenda del año en
que nació. Y entre todo lo que saca la ve. La ve y no puede entender bien
porque la ve. La ve y sabe que siempre estuvo ahí y que siempre la vio pero que
en su distracción la sacó de foco. La recorre con cuidado. Y claro… no puede
tomarla, solo verla. De a poco las luces se vuelven filamentos en el espacio y
las caras se hacen chicle pero lo que ve está intacto. La maquinaria del
recuerdo se pone violentamente a funcionar y se activan miles de películas que
vienen y van a prisa. Y la ve. Y en una sola carcajada la logra tomar, la toma
una vez más como aquella vez. Y ríe por lo que significa, ríe sin parar por
todo lo que significa. Esa foto es parte de mil más pero de una sola carcajada.
Entonces ahí, en el medio de la
nada, en el medio de esa foto, todo sucede, todo sucede sin atadura alguna, sin
antes ni después. Sólo el viento hace su danza, su baile, su performance, su
capricho, su acto principal y final, su naturaleza de andar.
A nadie le importa, en ese café,
lo que él ve, ni su carcajada ni el cigarrillo cayendo al piso. Entonces él
deja de aferrarse a la silla, al juego del cigarrillo y al bolso que a sus pies
espera. A la ventana que le expande su metro cuadrado, al agujero negro y a
todo lo demás.
No es el aire el que va a
envolver la mirada de aquellos en aquel lugar, no es la sensación de estar en
otro sitio o en el mismo, no es la carcajada, ni siquiera es la foto.
Es lo que es. Ni más ni menos es
lo que es.